La ganadería de las especies lecheras, especialmente la de las vacas, es objeto de debate por el impacto ambiental. La leche de camella podría contribuir a paliar este problema – “Es una leche un poco más ligera que la de vaca y su valor nutritivo es algo superior”.
La leche de vaca es la más consumida a nivel mundial. Le siguen, a mucha distancia, las de cabra, oveja y búfala. Pero hay zonas de África y Asia donde se consume otra, la de camella, que incluye la de dromedaria. La ganadería de las especies lecheras, especialmente la de las vacas, es objeto de debate por el importante impacto ambiental y ecológico sobre el medio, aunque a veces se exageran sus efectos. La leche de camella podría contribuir a paliar este problema.
Se estima que en el mundo hay actualmente unos 35 millones de camellos, que se concentran básicamente en Asia central (China y Mongolia), y dromedarios, que viven en África del norte y en Asia del este, de los cuales seguramente la mitad son hembras. La producción anual mundial de leche de estos animales se estima en torno a algo más de 3 millones de toneladas. Los primeros países productores son Kenya y Somalia, y les siguen Mali, Etiopía, Arabia Saudita y Níger.
El problema del cambio climático, que se prevé creciente y que está teniendo un efecto importante en nuestras formas de producir y consumir alimentos, hace que ya haya estudios sobre nuevos alimentos y formas de producirlos. Aquí entrarían las perspectivas de la leche de camella en el mundo occidental. Estos son animales adaptados a vivir en condiciones muy precarias. Pueden pasar periodos sin comer, pero siguen produciendo leche, no tanta como las vacas, pero con unas propiedades nutricionales muy interesantes. En un planeta que, si no se pone remedio, evoluciona hacia unas condiciones climáticas de sequía y altas temperaturas, la ganadería basada en un ganado que subsiste en un ambiente desértico puede tener un papel relevante.
Ya disponemos de datos procedentes de diversos estudios científicos sobre su composición y efectos. Tiene un poco más de agua, y por lo tanto menos componentes sólidos, que la de vaca; es, pues, un chiste más ligero, pero con un valor nutritivo importante. Contiene un poco más de proteínas, de más fácil digestión y más similares a las de la leche humana materna. La grasa tiene bastantes ácidos grasos insaturados, más saludables que los de la leche de vaca, que mayoritariamente son saturados, y aporta menos lactosa. Es rica en vitaminas A, B, C y E. Es destacable especialmente la vitamina C, de la que la leche de vaca es muy pobre. También tiene un contenido importante en calcio, hierro, magnesio, potasio y fósforo. En definitiva, su valor nutritivo es algo superior. Además, contiene unos compuestos, llamados péptidos, con propiedades biológicas positivas: efectos antihipertensivos y antidiabéticos, ayudan a mejorar las defensas del organismo y el funcionamiento de hígado y riñones. Por parte de minorías étnicas, hay un uso ancestral en regiones de Asia central como coadyuvante del tratamiento del asma, la tuberculosis, la ictericia y otras enfermedades. No se trata de efectos farmacológicos, pero sí de un estímulo beneficioso de procesos fisiológicos. Las personas alérgicas a la leche de vaca podrían probarla. Y como ocurre con las otras leches, hay derivados resultantes de su fermentación consumidos en forma de bebidas.
El interés por esta leche no es reciente. Un artículo de Josep Maria Espinàs publicado en L’Avui en 1981 (“La hora de los camellos”) y que El Punt Avui, con la sàvia decisión de volver a incluir artículos suyos, publicó este enero, ya se refería a estas cuestiones. Menciona que ya entonces las Naciones Unidas patrocinaban un programa de investigación sobre el aprovechamiento de la leche de camella y planteaba, por ejemplo, la oportunidad de la “repoblación camellera de nuestra ruralía más cálida”. Para adaptarnos a las condiciones del futuro del planeta deberemos cambiar muchas formas de producción y consumo de alimentos. De hecho, muchos sectores productivos ya lo están haciendo, aunque no siempre con la rapidez e intensidad que haría falta. En este sentido, las camillas, que se pueden criar en zonas donde la ganadería vacuna no es posible, podrían tener un papel interesante, aunque, como ya se ha dicho, su rendimiento es menor que el de la vaca, que produce unos 30 litros al día. Una camella en general sólo produce unos 5, pero es posible conseguir cantidades superiores (de 8 a 20 litros). Todo ello deberá estudiarse más a fondo, ver si sería posible obtenerla a un precio razonable y, si fuera así, habituarnos a su gusto peculiar. En Australia ya lo están haciendo.
El Punt Avui. Abel Mariné – Profesor emérito de Nutrición y Bromatología (UB)


