¿Qué querremos o podremos comer?

Abel Mariné – Profesor emérito de nutrición y bromatología. Campus de la Alimentación. UB

Las diversas crisis, climáticas, económicas y políticas, así como las modas e informaciones más o menos racionales, condicionan lo que queremos o podemos comer. Los medios de comunicación lo tratan. He ahí una recopilación de referencias recientes muy ilustrativas. Así lo hacía, con buen criterio, El Económico, con un editorial, Giros inevitables en el modelo alimentario?, entre los que destacaba que muchos productos que se llaman carne, pero que no lo quieren ser sino sustituirla, se presentan triturados, con lo que “infantilizamos” muchas comidas, que no tienen las texturas propias de los alimentos que quieren “imitar”, y que facilitan comida deprisa, sin tiempo de saborear y digerir bien el producto. Además, muchos se suelen designar como productos plant based, una pequeña contribución al arrinconamiento de las lenguas propias en el mundo de la ciencia y la técnica.

Como ha dicho el profesor Ramon Estruch, “si la gente comiera mejor tomaría menos medicamentos y habría menos gasto”. Clàudia Pujol, en la revista Sàpiens, recuerda que el primer artículo del decálogo de la vida del profesor Joan Oró era “comer poco y equilibrado”. Comer poco por decisión libre, no por sufrir hambre por falta de alimentos. Las perspectivas no son buenas. El mundo de mañana. 2023 que publica The Economist y que El Temps edita en catalán, en el apartado “Alimentación y agricultura” indica que probablemente faltarán alimentos a raíz de la guerra de Ucrania y del cambio climático, y que la ONU prevé que sufrirán desnutrición y hambre más personas. Eso sí, también nos informa de que Singapur presentará gambas y langostinos de laboratorio hechos a partir de células, en Hong Kong imprimirán ternera y una start-up (empresa de nueva creación) “fabricará” pollo.

La esperanza de vida tiene relación con lo que comemos, y Víctor Maceda, en la revista El Tiempo, menciona a los países, según la BBC, donde esta es más larga: Mónaco, Hong Kong, Macao, Japón, Liechtenstein, Suiza, Singapur, Italia, Corea del Sur y el Estado español. No todos tienen la dieta mediterránea, porque, como destaca la revista Nature  “no hay una única dieta para promocionar la salud”. Como constata Maceda, la receta de una vida más prolongada es la que ya sabemos: “Una alimentación sana, descansar las horas que toca y hacer ejercicio, pero también tiene que ver la renta per cápita.” Y el modelo económico imperante casi en todas partes no ayuda.

También recientemente el antropólogo Richard Wrangham ha afirmado que no estamos adaptados para sobrevivir con alimentos silvestres crudos y que la cocina convirtió los homínidos en humanos. Eso ya lo sabía un farmacéutico español, Faustino Cordón, que en 1980 publicó el libro Cocinar hizo al hombre. Precisamente cocinar facilitó el acceso a nuestra mesa de unos alimentos, las legumbres, importantes para el presente y el futuro de la nutrición humana y la sostenibilidad de los suelos. Los cacahuetes, que se consideran frutos secos, son, de hecho, legumbres, y constituyen un buen ejemplo de alimentos a tener en cuenta. Hace unos días, en el restaurante Més que Beure de Campllong disfruté de un plato originario de Senegal, el maafé, que lleva arroz, pollo y crema de cacahuetes. Recientemente un estudio dirigido por la profesora Rosa Lamuela, de la Facultad de Farmacia y Ciencias de la Alimentación de la Universi­tat de Barcelona, ha demostrado que el consumo de cacahuetes y de crema de cacahuetes tiene un impacto beneficioso en la salud vascular de personas jóvenes y sanas. No debemos, pues, ir a buscar necesariamente alimentos “nuevos” y exóticos. Como dice Toni Massanés, director de la Fundación Alicia, en El Económico antes mencionado, nadie sabe qué comeremos en el futuro, pero cree que no habrá una única solución, que debemos alimentarnos de manera más sostenible y que la opción que acabará imponiéndose tendrá que ser muy local porque la cultura culinaria pesa mucho por todas partes.

Poder proporcionar comida adecuada y suficiente a todas las personas en las actuales circunstancias planetarias es muy difícil, y algunos ya consideran que estamos haciendo tarde. Tenemos que empezar por buscar soluciones de proximidad, no derrochar y cambiar muchos estilos de vida. Cataluña tiene potencial para integrar las nuevas tecnologías que sean necesarias, pero sin marginar los alimentos de siempre. Las “carnes artificiales” pueden ayudar, pero no nos deben hacer olvidar los bistecs de toda la vida que, eso sí, hay que consumir con moderación.

 

Artículo publicado en El Punt Avui+

Fundación Triptolemos