“Más de tres cuartas partes de la población mundial con disponibilidad insuficiente de alimentos viven en áreas urbanas y periurbanas. Pero no todos los problemas de alimentación y salud derivan de la escasez, sino también de los excesos”
“Tenemos que comer poco, pero suficiente y equilibrado, y digerir bien. Si no, iremos hacia un mundo cada vez más malnutrido. Haciéndolo así, contribuiremos a moderar el crecimiento del planeta y a mejorar nuestra salud”
La revista médica The Lancet dedicó un editorial a las prioridades en política sanitaria de la candidata demócrata a las pasadas elecciones de Estados Unidos, Kamala Harris, y los retos que tendría que afrontar si ganaba, con la condición de que la esperanza de vida está bajando en su país. En 2022 era de 77,4 años y en 2019, de 78,8. También menciona que la esperanza de vida en el estado de Mississipi es de 71,9 años, más baja que la de Mongolia (72,6) y Siria (72,3). Esto no solo se debe a las debilidades de la asistencia sanitaria pública, sino también a los altos niveles de ciertas patologías, como la obesidad, la diabetes y los trastornos cardiovasculares, relacionadas con malos estilos de vida y de alimentación.
El problema es global. Otra revista médica, The New England Journal of Medicine, en una revisión sobre la malnutrición (desequilibrio entre necesidades fisiológicas del organismo y disponibilidad de nutrientes, por exceso o por defecto), recuerda que contribuye a contraer –o causa– múltiples enfermedades agudas o crónicas. Este abril, El Punt Avui publicaba el artículo de Daniel Postico “Vuelven las enfermedades victorianas”, en el que se refería al aumento en el Reino Unido de “viejas enfermedades” como el raquitismo y el escorbuto, debidas al déficit de vitamina D y vitamina C, respectivamente.
La creciente acumulación de población en las ciudades y la consiguiente desertización del resto del territorio tienen efectos negativos sanitarios y sociales, pero también alimentarios.
Un informe del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de las Naciones Unidas muestra que más de tres cuartas partes de la población mundial con disponibilidad insuficiente de alimentos viven en regiones urbanas y periurbanas, y que, en este sentido, el mundo rural se sale mejor.
Pero no todos los problemas de alimentación y salud derivan de la escasez, sino también de los excesos. La Gran Depresión de los Estados Unidos de 1930-1933, por ejemplo, no representó una disminución de la salud y la esperanza de vida sino muy al contrario, porque por fuerza se comía menos y, de hecho, más sano. En cambio, en los periodos de crecimiento económico de los años veinte, la mortalidad había aumentado. Hoy los problemas alimentarios siguen siendo los mismos y no son exclusivos de los Estados Unidos. Los unos pasan hambre y los otros se alimentan a copia de los excesos y desequilibrios de la dieta dicha “occidental”, con demasiadas calorías; poca cocina; poca legumbre, verdura y fruta, y poco tiempo dedicado a las comidas.
Un estudio reciente del Instituto Americano de Investigación sobre el Cáncer pone de relieve las formas de alimentación de las denominadas “zonas azules”, donde la esperanza de vida es más larga. Considera ejemplos de zonas azules Loma Linda, en California; Nicoya, en Costa Rica; Icaria, en Grecia; Soria, en Italia, y Okinawa, en Japón. De estos lugares, destaca la alimentación preferentemente vegetal y variada y equilibrada, la vida activa, las relaciones personales frecuentes, y comer con calma en mesa y en compañía, es decir, la dieta y el estilo de vida mediterráneos, que pueden tener muchas formas y muchos nombres según el entorno, y que vamos abandonando. Hay muchas formas de alimentación africanas, asiáticas y latinoamericanas, adaptadas a su entorno, que también son muy saludables.
No se trata de que las dietas deban ser radicalmente vegetales, o con un poco de pescado, que es el único alimento animal que aceptan ciertas tendencias. Como recordaba el año pasado la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), la carne, la leche y los huevos, con moderación, son fuente esencial de nutrientes, como proteínas de calidad, hierro, zinc y vitamina B12, de los que no es fácil disponer en cantidades adecuadas en una dieta exclusivamente vegetal. Tampoco debemos malo de la tecnología aplicada a los alimentos, pero una proporción importante de los cuales debe ser a base de productos frescos y de proximidad.
En definitiva, tenemos que comer poco, pero suficiente y equilibrado, y patear bien. Si no, iremos hacia un mundo cada vez más malnutrido. Haciéndolo así, contribuiremos a moderar el crecimiento global del planeta y a hacer que sea más sostenible, como planteaba recientemente en este diario Santiago Niño Becerra, y a mejorar nuestra salud y la del entorno, como sostenía Irene Casellas en el artículo “La bicicleta”. Si no lo hacemos, la humanidad estará cada vez más malnutrida, por defecto o por exceso.
Abel Mariné – Profesor emérito de Nutrición y Bromatología / Campus de la Alimentación. UB

